Mientras América Latina enfrenta grandes desafíos socioeconómicos, Venezuela desafía la visión limitada de los dominados por el “Síndrome Boric”.
Autora: Amanda Harumy
(*) Doctora del Programa de Posgrado de Integración Latinoamericana (Prolam-USP) y Secretaria Ejecutiva de la Organización Continental de Estudiantes Latinoamericanos y Caribeños (OCLAE).
Tras el posicionamiento abstracto de Kamala Harris: “Debemos respetar la voluntad del pueblo venezolano. A pesar de los muchos desafíos, continuaremos trabajando por un futuro más democrático, próspero y seguro para el pueblo de Venezuela”, se puede interpretar que EE.UU. no tiene disposición política para intervenir directamente o militarmente en Venezuela. Sin embargo, las desestabilizaciones mediáticas son constantes y presentes a través de un bloqueo mediático y ataques de mentiras y narrativas manipuladas.
El discurso de la oposición de María Corina y Edmundo se ha construido no solo con el poder mediático sino también con el apoyo directo de la derecha latinoamericana como los expresidentes Macri, Miguel Ángel Rodríguez (Costa Rica), Jorge Quiroga (Bolivia), Vicente Fox (México) y Mireya Moscoso (Panamá) y presidentes como Javier Milei (Argentina), Rodrigo Chaves Robles (Costa Rica), Dina Boluarte (Perú), Laurentino Cortizo (Panamá), Luis Abinader (República Dominicana) y Luis Lacalle Pou (Uruguay). Estos, inclusive, son responsables de desestabilizaciones, crímenes y destrucción en sus propios países y buscan intervenir y presionar el escenario venezolano, pues geopolíticamente ven que la caída de la Venezuela bolivariana sería un avance en el mapa regional para la derecha. Queda claro que los proyectos políticos alineados con EE.UU. y que defienden el neoliberalismo no tienen interés en la continuidad del complejo proyecto popular liderado por Maduro, donde el mayor pozo de petróleo del mundo promueve la construcción del socialismo bolivariano.
La estrategia mediática y política deshonesta de la derecha latinoamericana ya es conocida en diversos procesos de desestabilización, como en los golpes de las últimas décadas en Honduras, Paraguay, Brasil y Bolivia. Recientemente, fuimos víctimas de ataques democráticos en Perú, Ecuador, Bolivia y en Brasil con el intento de golpe del 8 de enero. Nos queda preguntar por qué los “progresistas” y parte de la izquierda latinoamericana tienen miedo de conocer y apoyar el socialismo venezolano.
Este fenómeno podemos llamarlo síndrome Boric, un complejo de inferioridad que roza la arrogancia de ignorar los factores imperialistas de injerencia en la región. Boric representa a aquellos que creen en la fórmula de que el discurso progresista puede garantizar avances reales y estructurales para la sociedad latinoamericana. Ignora que los procesos revolucionarios implícitamente enfrentan a la élite y sus intereses nacionales e internacionales, y no hay democracia liberal en la región que sostenga políticamente el enfrentamiento de estas estructuras de poder. ¿Será esto ingenuidad u oportunismo? Discursos progresistas que sostienen intereses imperialistas con pautas laterales a lo estructural, como andar en bicicleta para salvar al mundo de los cambios climáticos.
En Venezuela, el socialismo bolivariano enfrenta todas las estructuras más profundas de una élite colonial al imperialismo sediento de petróleo. Además, el proceso bolivariano transformó sociológicamente la estructura social venezolana, politizó a las clases más pobres y excluidas, empoderándolas tanto como la burguesía se empodera en el capitalismo. En Brasil, el síndrome Boric está presente en la academia y en algunos espacios políticos; hay un inmenso desconocimiento de los avances democráticos de la constitución bolivariana de 1999, fruto del gobierno de Hugo Chávez y continuada por Nicolás Maduro. Esta constitución innova en la democracia participativa y politiza al pueblo a partir de la conciencia de su lugar en el proceso político. El pueblo venezolano se apoderó del proceso político, y esta es la única respuesta que explica el sostenimiento popular del gobierno de Nicolás Maduro incluso en los momentos más difíciles de las sanciones y la violencia política promovida por EE.UU.
Es innegable que las sanciones económicas unilaterales contra Venezuela promovieron pobreza, migraciones y un descontrol económico. Pero, de hecho, es impresionante y hasta incomprensible para algunos que el pueblo venezolano, con su conciencia política soberana y antiimperialista, haya sostenido el proceso político en los momentos más difíciles.
En un escenario donde América Latina continúa enfrentando desafíos socioeconómicos significativos, Venezuela una vez más desafía el razonamiento limitado de los dominados por el síndrome Boric. El Programa de Recuperación Económica: Respuestas Estratégicas ha producido el reavivamiento de la economía venezolana. En 2020, el país enfrentó una caída drástica en los ingresos petroleros, que totalizaron solo 743 millones de dólares, una reducción del 99% en comparación con los 50 mil millones de dólares recibidos en 2012. Este fue el peor momento de las sanciones internacionales. Para enfrentar esta crisis, en agosto de 2018, el presidente Nicolás Maduro lanzó el Programa de Recuperación Económica, una respuesta estratégica a los principales problemas económicos del país. El programa incluye cuatro medidas estructurales para estabilizar la economía venezolana: estímulo a la producción nacional; ampliación de la recaudación tributaria; impulso a las exportaciones no tradicionales; apoyo a los emprendedores.
Hoy, la economía venezolana responde a estos impulsos y en el primer trimestre de 2024 creció más del 7%, sumando 12 trimestres consecutivos de crecimiento. La inflación se redujo al 10% en junio de 2024, el índice más bajo en 39 años. El bolívar se fortaleció y el precio del dólar es el más estable de los últimos 13 años. Venezuela ahora consume mayoritariamente productos nacionales, reduciendo la importación de alimentos al 15%. Estos avances reflejan una economía en recuperación y un país que gradualmente recupera su capacidad de producción y consumo interno.
Desafortunadamente, en un escenario de golpistas e ingenuos, el proceso electoral venezolano fue fuertemente cuestionado y atacado. Hace semanas, los candidatos Edmundo González y María Corina señalaban el no reconocimiento del resultado y especulaban fraudes. El 28 de julio, tras una elección presidencial tranquila y pacífica, ya en la divulgación del resultado de la victoria de Nicolás Maduro con el 51.02%, comenzaron las especulaciones irresponsables de fraude. Ya el 29 de julio, María Corina en un delirio golpista declaró que el presidente electo de Venezuela es Edmundo González con el 73% de los votos.
Los medios liberales están en éxtasis con la fragilización y exposición del proceso democrático venezolano. Desafortunadamente, este movimiento solo fortalece la violencia política y radicalización, escenas que presenciamos hoy en las calles de Venezuela con manifestaciones radicalizadas y violentas pidiendo el no reconocimiento de la elección.
La violencia política de la derecha y los ataques democráticos no son perjudiciales solo para el pueblo venezolano, sino para toda la región que está implícitamente relacionada con la correlación de fuerzas políticas. Brasil y otros países de América Latina deben ser vigilantes al proceso democrático venezolano, observar de cerca los ataques y posicionarse frente a intentos de golpe. La elección en Venezuela debe ser vista por Brasil como un indicador crucial para la región. Esta elección no solo revela la fuerza de la movilización popular de la izquierda venezolana, sino que también demuestra la capacidad de intervención política y mediática de los Estados Unidos y de la derecha y extrema-derecha de la región.
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